viernes, 2 de marzo de 2012


ÚLTIMO DISCURSO PÚBLICO

DE MEYERHOLD

Pronunciado el 14 de Junio de 1939, durante el segundo día del

Primer Congreso Nacional de Directores, celebrado en Moscú.

“Quisiera expresar mi sincero agradecimiento a los organizadores del Primer Congreso nacional de directores por haberme invitado a que participara en los trabajos de este Congreso, y darme la posibilidad de salir a esta tribuna y hablar abiertamente de mis principios artísticos y de la opinión que me merecen los numerosos juiciosos críticos de que he sido objeto el pasado año. Se me ha reprochado y se me reprochan multitud de errores cometidos en mi actividad como director de teatro. Y he de decir con absoluta sinceridad que reconozco haber cometido la mayoría de esos errores. De ellos precisamente me gustaría hablar en detalle. Y por ello – por mis errores – me gustaría empezar hoy.

Primero: se me ha censurado con severidad por haber ejercido nociva influencia en una serie de jóvenes directores contribuyendo con ello a que surgiera en el teatro soviético el triste y negativo fenómeno que ha sido designado con el ingenioso nombre de “meyerholdismo”. Siento mucho no haber reaccionado de una manera lo suficientemente activa y a fondo contra los numerosos directores sin talento y sin cultura que han pretendido imitarme, pero que sólo han hecho suyo el aspecto formal de mi arte – y aún esto sólo a medias, desfigurándolo y trivializándolo–, sin intentar siquiera una aproximación a mis principios artísticos, habiendo adulterado mis ideas y no comprendiendo los objetivos que persigo en lo que el arte se refiere. Esos directores de tres al cuarto han hecho y siguen haciendo, verdaderamente, un gran daño al teatro soviético, dando a luz espectáculos sin sentido y de mal gusto. Sinceramente, los condeno. Y si ustedes llaman “meyerholdismo” a la pobre creación de tales directores, yo, Meyerhold, me declaro decididamente en contra del “meyerholdismo”.

Segundo: se me ha reprochado con acritud haber adulterado la herencia clásica. Haber realizado inadmisibles experimentos con las inmortales obras de Gógol, Griboiédov, Ostrovski. Y en esa acusación hay una parte de verdad. Realmente, en algunos de mis montajes de piezas clásicas me he permitido experimentar excesivamente, he dejado demasiado campo a mi propia fantasía, olvidándome a veces de que el valor artístico del material mismo con el que trabajaba estaba muy por encima de todo lo que yo pudiera incorporar. Reconozco que, precisamente en los montajes de obras clásicas, debería haberme contenido más, haber sido a más modesto artísticamente hablando. Pero eso no se refiere en absoluto a mis montajes de El Bosque y La Dama de las Camelias. Estoy convencido de que esos espectáculos eran buenos, y que lo que yo aporté a ellos no hizo sino contribuir a que el espectador soviético comprendiera el contenido y la idea central de esas obras, haciéndolas más interesantes y atractivas.

Y tercero y último: se me ha acusado de formalista, de buscar originalidad en la forma olvidándome del contenido. Que en la búsqueda de medios me he olvidado de los objetivos. Esa es una acusación grave. Pero precisamente con esa acusación sólo puedo estar de acuerdo en parte. Es verdad que en el curso de mi vida artística he montado unos cuantos espectáculos en los que quería probar algunas ideas y pensamientos que tenía precisamente en el terreno de la forma teatral, y que había hallado poco antes de dichos espectáculos. Eran espectáculos experimentales. La forma jugaba en ellos, realmente, un papel predominante. Pero de esos espectáculos ha habido pocos. Se podrían contar con los dedos de una mano. ¿Pero acaso un maestro (y es que, pese a todo tengo el atrevimiento de considerarme como tal) no tiene derecho a experimentar? ¿Acaso no tiene derecho moral a comprobar en la práctica sus ideas creadoras, incluso en el caso de que éstas resulten equivocadas? Y a fin de cuentas, ¿es que no tiene derecho a equivocarse? Si todos los mortales tienen derecho a equivocarse, yo soy un moral como los demás. Pero comprobaciones o experimentos de ese tipo, que realmente puedan llamarse formalistas, he hecho poquísimos. Todo el resto de mi producción artística no tiene nada de formalista. Al contrario. Todos mis esfuerzos han ido encaminados a la búsqueda de una forma orgánica para el respectivo contenido. Permitan que afirme que a menudo he logrado encontrar esa forma orgánica que se correspondía con el contenido de la obra. Pero siempre era mi forma, la forma de Meyerhold y no la di Sídorov, Petrov o Ivanov, ni tampoco la de Stanislavski, ni la de Tírov. Y esa forma era portadora únicamente de los rasgos de mi personalidad artística. Pero, ¿acaso es eso formalismo?

En opinión de ustedes, ¿Qué es, en general, el formalismo? Y también quisiera formular la pregunta a la inversa: ¿Qué es el antiformalismo? ¿Qué es el realismo socialista? Probablemente, el realismo socialista es precisamente el antiformalismo ortodoxo. Pero me gustaría formular estas preguntas no sólo teóricamente sino también en el terreno práctico. ¿Cómo le llaman ustedes a lo que está sucediendo ahora con el teatro soviético? Y a eso he de responder con claridad: si lo que ustedes han hecho con el teatro soviético en el último periodo lo llaman antiformalismo, si consideran un logro del teatro soviético lo que se está representando ahora en los escenario de los mejores teatro de Moscú, yo prefiero ser – desde el punto de vista de ustedes– un “formalista”. Porque creo en conciencia que es horrible y penoso lo que hay ahora en nuestros teatros. Y no sé si eso es antiformalismo, realismo, naturalismo u otro “ismo” cualquiera. Pero si sé que está falto de talento y es malo. Y esa cosa indigente, pobre, que pretende llamarse teatro del realismo socialista, no tiene nada que ver con el arte. ¡Y es que el teatro es arte! ¡Y sin arte no hay teatro!

Vayan a los teatros de Moscú, vean esos grises y aburridos espectáculos que se parecen todos entre sí y que son a cual peor. Ahora es difícil distinguir las características artísticas del teatro Mali de las del teatro de Vajtangov, las del Kámerni de las del Teatro Artístico. Donde hasta hace aún muy poco bullían con fuerza las ideas artísticas, donde los artistas – a base de búsquedas, errores, dando a veces traspiés y desviándose– creaban cosas – a veces malas, pero otras veces magníficas–, donde se hacía el mejor teatro del mundo, reina ahora, gracias a ustedes, una triste y bienquista mediocridad, estremecedora y mortal por la ausencia de talento. ¿A eso es a lo que aspiraban ustedes? Si es así, entonces han cometido un verdadero crimen. Junto con el agua sucia han tirado al niño. ¡Persiguiendo el formalismo han aniquilado el arte!”

Fuente: Rev. PRIMER ACTO. N°239. Mayo – Junio. 1991. Páginas: 40 / 42.

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